sábado, 23 de mayo de 2015

Condesa de Faria

Puede que tenga usted razón y yo sea una de esas personas de otra época, cercano al romanticismo de Becquer y muy próximo al Sr. Fidel, ese gallego apasionado que a vos os gusta mencionar.



Se, que este, no es el comienzo mas apropiado de una carta de amor, y puede que rompa los tópicos de las misivas encendidas de un enamorado, os diré en mi descargo, que en la papelera reposan, en pequeñas bolitas unos cuantos comienzos, unos apasionados, otros tiernos y todos perturbadores, todos desechados por extrañas razones que yo mismo desconozco y sí,  perturbadores, porque vos, en cierta ocasión así definisteis mis cartas de amor y así me las reclamabais desde los confines del mundo.
 -¡Escribidme!, -me decíais- necesito ser perturbada, y yo os imaginaba extasiada,  apenas cubierta por una sabana, postrada  en vuestro lecho, y con mis ultimas cartas en vuestras manos, leídas con vuestra propia voz y recordaba... y en realidad no se porque, los versos de Santa Teresa.


Hoy os vuelvo a escribir, porque siento la necesidad de plasmar en este espacio en blanco mis pensamientos y lo hago desde aquí,  desde vuestras posesiones de La Franqueira, y en vuestra ausencia, vos os encontráis en otras tierras y yo estoy pronto a partir a otras más lejanas.
Este castillo que tuvisteis a bien poner a mi disposición y del cual he disfrutado gratamente en vuestra compañía y que  ahora con vuestra partida y apurando los días de la mía se encuentra como desangelado, aún así, he de deciros, que si cierro los ojos me parece veros sentada en el pequeño claro del ala oeste dejándoos acariciar por los tenues rayos de sol que se filtraban por entre las ramas de los robles, escuchando el trinar de los pajarillos y perdida en vuestros pensamientos, os confieso que me gustaba contemplaros desde mis aposentos y ver, como de vez en cuando, alzabais la vista hacia ellos, como solicitando mi presencia con el suave aleteo de vuestras pestañas.

Os escribo, mirando  hacía al claro, e imaginándoos allí sentada y porque creo que  en algun momento habéis llegado a pensar o discurrir que mi partida es un mal que quizás descoloque vuestras ilusiones  y como sé, que sois una persona culta y leída, puede que algun momento os viniera a la mente  esa frase de Alejandro Dumas que dice: "para todos los males, hay dos remedios, el tiempo y el silencio"

He  de deciros que si mi partida nos resta tiempo en común, el que tenga a partir de ahora, lo administrare de tal forma que pueda compartir muchos momentos en vuestra compañía, tratare por todos los medios a mi alcance  de aliviaros de mi ausencia en la seguridad de que vos haréis lo mismo y en la certeza de que ambos nos veamos recompensados, y no, no temáis por mi silencio, porque cuando se establezca sera por causas ajenas a nosotros, y aunque me informado de que las postas de correos funcionan con prontitud lógico es pensar que algunos días no tendremos noticias ambos, aún así procurare hablaros con  melodías negro sobre blanco para recomponer vuestro animo y otras veces para turbar vuestros pensamientos con mi próximo regreso, en la confianza de que vos os alegrareis con dichas cartas.

Querida condesa de Faria, vos sabéis que os amo, con la intensidad de mi naturaleza imperfecta y con ese punto de romanticismo de Becquer y aunque mi amor  por vos os turbe, a veces, no os sintáis espantada si os digo, que solo vos, me bastáis.

Os echare de menos es cierto, pero también os recordare y al recordaros en lo profundo de mi apaciguare vuestra ausencia, estar pues, en la medida de vuestros ánimos, tranquila, no olvidéis que sois invicta, el tiempo pasara breve y pronto nos volveremos a reencontrar.
Atentamente y vuestro.



jueves, 7 de mayo de 2015

Abrazos perdidos


Cuenta una leyenda que aquí yacen los brazos de unos amantes.
En ese túmulo frío y casi olvidado, reposan sus abrazos. Alto fue el el precio que pagaron por tal osadía. 
Amarse en un abrazo


 Me cubrieron el rostro,  pensando que así te olvidaría.

 Mis ojos se extendieron por mis brazos

y alcanzaron tus sueños en un abrazo.




Me desprendiste del cielo
con sogas de lluvia
para abrazarnos.
Y en un abrazo amarnos en la intemperie de dos mundos,
que  reprimían sus abrazos.




Nos condenaron  
por el acto de abrazar nuestro amor.
Por  un abrazo que no era suyo.
Todos, ellos y ellas.

¡Alzad la vista! ¡Malditas!

Mirarme desnudo.
¡Abrazarme!
Con vuestra lujuria de apetito infinito.



¿Bajad la vista! ¡Malditos!
¡Miradla a ella!
¡abrazarla! 
con vuestra agonía de anhelo eterno.






                                                                     Nos visteis abrazar 
en sueños etéreos
entre la lluvia y el cielo,
ahora ¡malditos todos!:
contemplarnos, ya incombustibles,
¡incendiaros vosotros!, todos
aquellos que amputaron  nuestros cuerpos.
 Ahora estamos en vuestras envidiosas mentes.
                                                                        Nos amamos, sí, en un abrazo eterno.

¡Porque
 es mejor quemarse
que apagarse lentamente!.